Imagina que las calles fueran para pasear y los cruces para jugar, y que los autos casi nunca tuvieran permitido circular por ellas. Aunque suena como el sueño de los peatones y la pesadilla de los conductores, se está volviendo una realidad en la segunda ciudad más grande de España, una metrópolis densamente poblada con 1,6 millones de habitantes en el Mediterráneo. Desde que los Juegos Olímpicos de 1992 hicieron que la atención del mundo convergiera en la ciudad, este próspero centro de turismo, cultura y negocios.
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