La televisión puede ser un mecanismo de deformación y desinformación, sobre todo si se engancha a la maquinaria publicitaria que rige el mercado. Se deja de distinguir entre lo principal de lo secundario, de percibir el texto en su contexto, de incluir lo particular en el telón de fondo de lo general, para acatar pasivamente las presiones de consumo que intentan transformar los valores éticos en meros valores pecuniarios, o sea todo es mercadotecnia, y es su precio el que le imprime, a quien lo posee,
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