Esta salomónica separación sería por el bien de todos: los racionalistas dejaríamos de perder nuestro tiempo y ahorraríamos el dinero de nuestros impuestos en intentar convencer y en demasiadas ocasiones, salvar la vida (contra su voluntad por cierto) de estos descerebrados que no quieren enfrentase a la realidad. Ellos por otra parte, serían felices en su ignorancia (eso sí, el poco tiempo que les concediera la pandemia de turno) en sus mundos de princesas Disneys y unicornios rosas, esos infantiles universos en donde la magia potagia reina(.)
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