En la crisis del petróleo del 73, de entre todas las mentes que pusieron su imaginación a trabajar en soluciones a la carestía del petróleo destacó la del perito industrial e inventor extremeño Arturo Estévez Varela, que patentó un motor que funcionaba exclusivamente con agua “fresca, limpia y pura de un botijo” -que él mismo degustaba ante las cámaras de televisión- a la que añadía, eso sí, unas pequeñas piedras… no tardó en descubrirse que tenía truco. Aquellas “pequeñas piedras” no eran sino boro, elemento químico carísimo de obtener.
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