La cuchilla reluciente brillando en todo lo alto sujeta por una cuerda tensa, el cesto ensangrentado listo para recibir las cabezas: todo estaba preparado en el cadalso para recibir a los condenados. Era el mismo cadalso en el que habían sido ejecutados Luis XVI primero y María Antonieta después. El griterío se hizo ensordecedor .
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