Existe un fenómeno por el cual palabras de otros idiomas se van introduciendo en el nuestro de manera sigilosa. Primero nos chocan, y tal como las escuchamos, las desestimamos. Hasta que, de pronto un día, sin saber muy bien cómo, acabamos diciendo «vaya tsunami de emociones», utilizando ‘sunami’, sin reparar en el japonesismo que acabamos de colar.
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