Sentadas a aquella mesa donde no cabía más poder, una de las noches de la conferencia de paz de Yalta, había tres mujeres que no habían ido a figurar. Se llamaban Sarah Churchill, Anna Roosevelt y Kathleen Harriman. Su contribución aquel mes de febrero de 1945 es bastante desconocida, pero fueron imprescindibles para ayudar a cerrar una guerra y evitar la siguiente.
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