En los últimos años, la ciencia ficción pasó de ser considerada un «género menor» a ocupar, prácticamente, la centralidad del campo literario. Lejos quedaron los tiempos en que se trataba de una etiqueta de la que convenía desprenderse, como de hecho lo hicieron Ballard, Vonnegut y muchos otros. Hoy los autores ya no tienen tantos pruritos. Tampoco los tienen los académicos: si ponemos unos sobre otros los papers que han venido produciendo sobre Philip K. Dick, Burroughs o William Gibson, probablemente formarían un mamotreto del tamaño del Empi
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