Las formas políticas están sometidas, como el resto de las instituciones, a la vida y a la muerte. No hay motivo de inquietarse de forma particular. La verdadera cuestión es saber qué podrá reemplazar a la soberanía y si esta transformación puede lograrse no solo sin pérdidas, sino en beneficio de la libertad, la democracia y la solidaridad social.
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