Felipe II era un hombre profundamente religioso. Detrás de su sentimiento hacia lo trascendente había un vasto estudio y meditación. No en balde, el monarca era un intelectual con grandes conocimientos de filosofía clásica, mitología, arquitectura, y hasta de jardinería y paisajismo. Era asimismo aficionado al ocultismo, la simbología, la alquimia, la mecánica y a las artes en general. Por tanto, su religiosidad estaba impregnada de cultura y era enormemente racional.
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