Conforme envejecen, todos los animales experimentan un deterioro de la capacidad reproductiva. Tener descendencia supone una inversión energética muy alta tanto para engendrar como para alimentar y proteger a la prole. Resulta por tanto lógico pensar que evolutivamente tienen mayores probabilidades de éxito en esta tarea los progenitores jóvenes. No obstante, prácticamente todos los animales conservan su capacidad procreadora hasta muy avanzada edad, cuando la senectud vence al vigor y tener hijos se convierte en misión casi imposible.
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