El bocata de calamares lleva en la dieta de los madrileños desde hace relativamente pocas décadas, pese a que su introducción en la vida gastronómica de la capital se fragua desde la Alta Edad Media. Aún en el siglo XVIII, el traslado de pescado y marisco desde las costas cantábricas y atlánticas hasta el interior se demoraba cuatro días. Hace 200 años el transporte aún se realizaba gracias al servicio de postas o a los correos a caballo.
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