En 1987 cursaba tercero de Química en la Universidad Complutense de Madrid cuando llegó a mis oídos que JL, un profesor del departamento de química-física, andaba buscando doctorandos para hacer una Tesis en química teórica y allá que me fui. JL me contó que estaba interesado en los electrolitos o soluciones iónicas. Su hipótesis era que la intensísima fuerza electrostática entre iones capaz de formar compactos y regulares cristales iónicos, quizá mantuviese algún papel incluso una vez disuelto el cristal en agua y, tal vez, inducir estructura
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