La miniserie de la BBC y Netflix se ha convertido en la primera sorpresa televisiva del año: un clásico reinterpretado por los creadores de Sherlock que solo tiene un traspié al final. El relato es trepidante, hay varias vueltas de tuerca, escenas de misterio y tensión, una fotografía preciosista y una dirección artística admirable para un show televisivo. Además, y esta es su principal sorpresa, reinterpreta la historia de Bram Stoker aportándole humor negro.
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