El 24 de agosto de 1858, después de haber ocurrido una gran tormenta que había arrastrado la tierras, llendo de camino a Toledo María Pérez y Francisco Morales, naturales de Guadamur pararon a orinar en el cementerio y allí descubrieron en una tumba un pequeño nicho que albergaba una buena colección de coronas, cruces de oro y otros objetos litúrgicos. Lo trasladaron secretamente a su domicilio estas joyas y las escondieron hasta decidir que podían hacer con tanto oro. Las fueron vendiendo por piezas a un joyero toledano.
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