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En 1434 reinaba en Castilla Juan II, el rey poeta, dado al lujo y el placer. En su corte se celebraban festines regulares amenizados por juglares, músicos, trovadores y bailarines, que culminaban en torneos de justa. No era este un gobernante guerrero y para ganarse su favor solo había dos caminos: el de la habilidad en el canto o el de la destreza en los concursos de armas, «las dotes más estimadas para príncipes que presumían de cantar con gracia; de tañer con soltura y de justar con gallardía».
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