Sentí una extraña sensación ¡No era para menos! Era el final de un tortuoso proceso que había iniciado hacía casi tres años. Junto a mí estaban el juez, el alguacil, el forense y un hombre que conocía hacía poco, de nombre Greg. Observábamos cómo el sepulturero iba despedazando los ladrillos que resguardaban el nicho. Yo permanecía absorto rememorando las circunstancias que me habían llevado a esta situación.
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