En el siglo XIX, para que acabases una temporadita entre paredes acolchadas y vistiendo un chaleco de fuerza, bastaba con interesarse por la política, beber mal güisqui, masturbarse frecuentemente o que te abandonase tu marido. La lista era tan extensa que cualquiera de nosotros habría sido declarado lunático. Estos son algunos de los criterios para que el Hospital Psiquiátrico de Virginia Occidental te diagnosticara como mal de la azotea.
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