En el caso la Tierra, obtenemos información sobre el interior del planeta gracias a los terremotos. Cuando golpeamos un objeto, el movimiento se transfiere a través de él en forma de ondas que se propagan a una velocidad que está determinada por las propiedades del material que lo compone. Por ejemplo, las ondas de presión que creamos con nuestras voces se propagan por el aire a una velocidad de 334 m/s (la llamada velocidad del sonido). Este mismo fenómeno también afecta a los objetos sólidos.
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