La primera vez que escuché hablar de Brunei, siendo un niño, todo lo que me dijeron es que era un país muy rico de Asia cuyo sultán (por entonces creía que los sultanes sólo existían en los cuentos) había traído a Michael Jackson para el gratuito disfrute de todos sus ciudadanos. Yo imaginé una nación diminuta repleta de rascacielos cuyos habitantes contaban el dinero por fajos y el lujo imperaba en cada esquina.
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