La retromodernidad que enaltece los ochenta y los primeros noventa ha comenzado poco a poco a convertirse en un género propio y la culpa de ello probablemente no sea solo una mera adscripción a la moda, sino un asunto generacional: los que fueron niños durante aquellos años han crecido, se han convertido en adultos y han empezado a ganar el pan a base de colocarse tras una cámara y contar historias.
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