En un estúpido arrebato de orgullo, Henry Gunther, en esa mañana del 11 de noviembre, decidió desacatar las órdenes de sus superiores y lanzarse al abismo, a los brazos de la muerte. Su compañía se encontró con un nido de ametralladoras alemanas al norte de Verdún. Les habían ordenado mantener las posiciones a la espera de que los minutos se fuesen consumiendo y el armisticio entrase en vigor. Pero Gunther entendió que aquella era su última oportunidad para recuperar la jerarquía perdida. Su misión no era épica sino suicida.
|
etiquetas: henry gunther , i guerra mundial