Berlín Oriental, finales de noviembre de 1987, alrededor de la medianoche. En el sótano de un viejo edificio residencial, Tim Eisenlohr, de 14 años, está engrapando páginas que salen de una impresora contrabandeada desde el Oeste. Él y sus amigos están publicando una revista semilegal sobre los problemas ambientales que aquejan a su estado socialista, la República Democrática Alemana (RDA): contaminación del aire, ríos sucios, lluvia ácida y reactores nucleares peligrosos.