¿Por qué hay un delito de ofensa a los sentimientos religiosos y no a los sentimientos ideológicos?

La broma de Lalachús al combinar la cabeza de la vaquilla del Grand Prix con el cuerpo del Sagrado Corazón de Jesús ha provocado un aluvión de reacciones, desde delirios conspiranoicos sobre un supuesto culto a Moloch en la televisión pública (véase www.meneame.net/m/Artículos/satanismo-campanadas-rtve-cuando-realidad ) a denuncias de organizaciones ultracatólicas con base en el delito de ofensa a los sentimientos religiosos previsto en el art. 525 del Código Penal, que reza:

1. Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican.

2. En las mismas penas incurrirán los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna.

Aparte de la curiosidad que os acabo de mostrar (sí, hay un delito de ofensa a los sentimientos ateos), esta tipificación del delito requiere lo que en Derecho se llama un elemento subjetivo o intencional que, si el juez actúa con imparcialidad, vuelve extraordinariamente difícil condenar a nadie. Me refiero a la intención de "ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa". No basta con que se ofendan: quien denuncie tiene que probar que el autor de la caricatura, el poema satírico o la performance que les indignó, los elaboró con la intención de ofenderles, y no con intenciones diferentes como fomentar la crítica social o bromear sin más. Y eso, hasta que se inventen aparatos capaces de leer la mente e intenciones del prójimo, es una tarea casi imposible.

Pero más allá de la inmensa dificultad de condenar a nadie por el delito en cuestión (en teoría, pues como digo la imparcialidad del juez es elemento fundamental para ello, y tenemos cada juez...) siempre he pensado que el delito en sí carece de toda justificación. A no ser que incluyamos otro delito de ofensa a los sentimientos ideológicos o filosóficos. Y es que los seres humanos, como seres racionales que somos, tendemos a amar apasionadamente las ideas. Esos entes etéreos pueden llevarnos a morir, matar y realizar sacrificios inimaginables. Pueden convertirse en el centro de nuestras vidas y encarnar la estrella que guía nuestros pasos, tan hermosa y sublime que nos deslumbra hasta llevarnos a anteponerla a nuestro propio ombligo.

Entes etéreos como las ideas que integran el estoicismo, el marxismo, el socialismo, el republicanismo, el humanismo, el kantismo...y las religiones ¿Por qué, entonces, se castiga a quien realiza una viñeta satírica de Jesucristo caracterizado como gay para denunciar la homofobia de la Iglesia, y no se castiga a quien hace una caricatura de Marx con cuerpo de cerdo, o de la hoz y el martillo colocados sobre una pila de cadáveres con el letrero "el comunismo es la ideología más asesina del mundo? ¿Por qué se privilegia a unos entes etéreos sobre otros, cuando todos ellos constituyen la brújula moral de sus adeptos, que los aman con todo su corazón, y son igualmente intangibles?

En el fondo, esta clase de delitos constituye una reminiscencia de los tiempos pasados donde la religión invadía la vida civil y, poniéndose al servicio de las élites oligárquicas para lavar el cerebro del vulgo y volverlo sumiso, lograba una preponderancia social ilícitamente obtenida mediante la represión de todo aquel que osase cuestionarla y el uso del sistema educativo para adoctrinar en los dogmas religiosos a las futuras generaciones.

Pero hoy en día se abre paso, cada vez con más fuerza, la evidente conclusión de que nadie puede demostrar la existencia de Dios, y mucho menos del Dios que dibujan cada uno de los distintos credos con sus infinitas contradicciones, mitos sacados de religiones pretéritas e inevitable artificiosidad. De este modo, es absolutamente razonable concluir que Dios no es más que una idea nacida de la mente humana, y ésa es la premisa que debe regir cualquier sociedad democrática, sin conceder privilegios a la protección de dicha idea sobre otras como las ideologías o filosofías morales.

Quien quiera creer en el Dios cristiano tiene el mismo derecho a hacerlo, sin ser reprimido ni maltratado por ello, que quien cree en el paraíso comunista o la república de ciudadanos libres e iguales. Y tiene la obligación, inherente a toda sociedad pluralista, de aguantar las críticas, sátiras y dardos envenenados de quienes no piensan como él. Por eso predigo que, si la ultraderecha no lo impide tomando el poder, el delito de ofensa a los sentimientos religiosos será pronto una reliquia del pasado. Es la democracia, amigo.