Una rodilla, una lata de bebida energética, la lengua dura del empeine, un tobillo, unos tacones. La puerta de un burdel. El atasco es leve. El tiempo justo para apretar el botón de la cámara. La criatura que exista al principio de esas piernas cruzadas, de esa ráfaga, será siempre una desconocida. Pequeños prostíbulos salpican la carretera. Los rótulos usan la tipografía y el color chillón de los paquetes de medias de mercadillo. Unos cuantos metros los separan; son habitáculos desolados y tristes como gasolineras de un solo surtidor.