Tratan de convencernos de que la gestión privada de servicios está asociada a la modernidad y a la eficacia. Está ocurriendo, por ejemplo, con el agua: hemos visto cómo en muchos ayuntamientos han pasado o pretende que se pasen a manos privadas ese servicio pese a la oposición frontal de una mayoría de vecinos que con certero olfato temen que antes o después terminarán pagando más. Y también pasa con la energía y su distribución.
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