Me ha sorprendido, aunque no sé por qué, la unanimidad en el rechazo que ha provocado en amplísimos sectores culturales y culturetas. Confieso que a mí me chocó también su nombre, pero porque hay una tradición en los gobiernos del PSOE de elegir para ese puesto a una figura prestigiosa o querida por la gente que hace libros, películas y cuadros. Es el estándar Semprún: cuando la silla no la ocupa un político, se busca un intelectual afín. Huerta, desde luego, rompe esa tradición.
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