En 2011, la asistenta social le permitió quedarse con todos los descendientes de su hija mayor, que los había abandonado. Alguno, pese a que ya tenía ocho años, aún usaba chupete y biberón. Apenas sabían ducharse o cepillarse los dientes. La mujer tuvo que dejar su trabajo como cuidadora de personas con discapacidad. "Les explico que una mala decisión les puede arruinar la vida", dice esta heroína descreída, que hace malabares con los 1.500 euros que le paga la Junta de Andalucía. "No he hecho nada más de lo que debía".
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