En chozas o ramales, en espacios que campesinos facilitaban, fueron las clases para estos particulares alumnos. Para ellos esas condiciones no representaban ninguna incomodidad, acostumbrados en 10, 15 y hasta 17 años a recorridos en las montañas y la selva. Parar sus correrías haciéndole quites a la muerte y pasar a la quietud de ocho horas diarias de clase los viernes, sábados y domingos era impensable hace apenas unos meses.
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