Carlos IV prohibió la venta de turrón antes y después de la Navidad, lo que reforzó que este alimento se convirtiese en un producto típico de estas fechas. Por este motivo, los maestros turroneros elaboraban su producto y, desde Navidad hasta pasado el día de Reyes, lo vendían por lo largo y ancho de la península transportado en la caja pastelera, un baúl de madera forrado de zinc por dentro, que servía de aislante.
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