El último portaaviones de Brasil yace ya en el fondo del mar tras una odisea que ha durado seis meses e incluyó cruzar el Atlántico de ida y vuelta a remolque. El mayor buque de la flota brasileña era pura chatarra y no podía fondear; estaba tan deteriorado que se hundiría. A duras penas se mantenía a flote tras medio año sin encontrar un puerto que lo aceptara para el desguace por la gran cantidad de materiales tóxicos que contiene, especialmente amianto. Los efectos de la voladura controlada pueden ser devastadores para el medio ambiente.
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