El BBVA de Francisco González no solo contrató a Villarejo. La entidad llegó a tener a sueldo a varios detectives privados de forma simultánea con los que formó una célula de espionaje clandestina que se encargó durante años de obtener información sobre competidores y contrarrestar otras supuestas amenazas. Aunque el trabajo de este grupo era invisible, se reunía con una periodicidad semanal en las propias instalaciones del banco y su labor estaba directamente supervisada por el que fue su máximo responsable de Seguridad Corporativa
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