Relatos roleros (1): Marcados por el hierro

La bruma ahogaba los jadeos de los soldados que huían en la noche, esquivando las tenebrosas figuras de los árboles y las afiladas ramas que arañaban sus cuerpos y sus rostros mientras corrían desesperados. 

A la angustia de la persecución, se sumaba la angustia de haber perdido el frente, los férreos, el implacable ejército de la iglesia del Hierro los habían machacado y no quedaba más remedio que tocar retirada y correr con lo puesto en dirección al campamento de retaguardia más cercano. 

Solo un joven, agarrando con firmeza su martillo de guerra, detenía su avance para girarse brevemente y gritar – “Replegaos, ¡rápido!, moved el culo” – su porte y presencia indicaba que era de buena cuna, todo en él relataba su rango, entrenamiento, fé, disciplina, dotes de mando. Las vestía igual que su adornada armadura completa tan perfectamente ajustada que apenas hacía ruido mientras corría en la espesura. Dorian Talnat, comandante en jefe del maltrecho y derrotado batallón que desperdigado en pequeños grupos se desbandaba en la oscuridad. 

No tenía intención de dejar morir a ninguno más de sus soldados, al menos los pocos que le quedaban. Un escalofrío recorrió su espalda al recordar a los compañeros caídos y concentró su atención en las dos figuras que le acompañaban, un veterano guerrero entrado en años que se movía con la agilidad de una pantera y un joven vestido con una túnica ceñida, que a pesar de llevar los colores del ejército, no daba la impresión de ser un soldado, había algo en sus ojos, un brillo rojizo, definitivamente no era un humano corriente. 

Sin detenerse, Dorian se giró en dirección a uno de sus subalternos.

-Tenemos que conseguirlo Ghael, hay que agrupar al resto de las…. . – Una fecha paso silbando junto a su cabeza.

Sin apartar la mirada un segundo del frente, el anciano guerrero le interrumpió.

-Siga corriendo señor, los putos férreos están justo detrás. – 

Una punta de lanza destelleó brevemente a la luz de la luna y se clavó en el suelo a pocos centímetros de las piernas de Dorian. 

Los tres se detuvieron justo para observar cómo los soldados enemigos emergían amenazantes entre la niebla, con la seguridad y prepotencia de los que se saben en el bando ganador.

Dorian y Ghael se colocaron instantáneamente en posición de combate, lo suficientemente cerca para protegerse el uno al otro pero dejando el espacio suficiente para no entorpecer sus movimientos, ni siquiera lo pensaron, lo habían hecho tantas veces que era como respirar, alzaron las armas para resistir el ataque y esperaron.

Hokum, el extraño joven de la túnica, era mucho más pragmático y decidió no esperar, empezó a balbucear en un lenguaje extraño, sus ojos resplandecieron brevemente mientras señalaba a los soldados enemigos, un círculo mágico levito rodeando su mano iluminando carmesí el bosque. El ánimo y confianza de los contrincantes se desvaneció en el acto, uno soltó la lanza y empezó a temblar mientras el corazón se le encogía, otro gritó despavorido dando inseguros pasos hacía atrás y en cuanto el tercero echó a correr, los otros le siguieron como si el mismísimo diablo les persiguiera dispuesto a quedarse con sus almas.

Dorian y Ghael se miraron aliviados. – Pues ha sido fácil – exclamo Ghael dirigiéndose a Hokum, definitivamente Hokum no era un humano corriente, no era humano para nada, su sonrisa medio socarrona, medio macabra, de alguna manera lo delataba.

La luz de un farol y voces de soldados acercándose les hizo reanudar la carrera. 

***

No muy lejos de allí, otra pareja de soldados agilizaba el paso ocultándose entre la espesura, una imponente figura de firmes pasos trotaba seguida de una figura más pequeña y borrosa que se movía con la velocidad y agilidad de un conejo. 

-Quieto Cobalt, férreos delante- susurró la pequeña sombra mientras desaparecía en la noche. 

Unos pocos pasos más adelante, un par de soldados enemigos acechaban emboscados a los pobres infortunados que en su huida tuviesen la desgracia de encontrarse con ellos. Un recluta regular acompañado de una figura muy distinta, un guerrero de élite, harina de otro costal, bien entrenado, bien pertrechado y un adversario temible en el combate, las bandas negras de su armadura eran la seña de la muerte apareciendo en el campo de batalla, todos conocían esas marcas, todos habían aprendido a temerlas. Eslabones, habían desplegado lo mejor de lo mejor para darles caza. 

Cobalt notó como le hervía la sangre, todo su ser deseaba cargar contra ellos y reducirlos a pedazos, pero como otras tantas veces espero a que su compañero estuviera en posición, no podían desperdiciar la ventaja táctica.

Cuando la monumental figura de Cobalt, espadón en mano, salió entre los arbustos, el enemigo se apresuró a encararse con él. 

– Bien, bien, ahora las ovejitas vienen directamente al matadero – se jactó el eslabón -Aunque este parece más una vaca que una oveja- rió su compañero.

El rival ataviado con las marcas negras, dio un par de pasos desafiantes hacia Cobalt y se paró en seco cuando reparó por un momento en su adversario, la armadura parecía fundirse con sus músculos aquí y allá, los rasgos afilados de su cara no eran naturales, su piel más brillante de lo normal y con un ligero tono gris acero centelleaba tenue a la luz de la luna. 

-No se que clase de monstruo de tu ejército de atrocidades eres, pero tu vida acaba aquí y ahora, somos dos contra uno. 

El rostro de Cobalt hizo una chirriante mueca, el intento infructuoso de mostrar una sonrisa.

¿Sois dos? -preguntó mientras se acercaba. 

En los arbustos detrás del soldado se escuchó el sonido del metal rasgando la carne, un grito ahogado y el gorgoteo de sangre en los pulmones, cuando el eslabón se giró, el recluta que lo acompañaba había desaparecido, como si su compañero jamás hubiera existido. Edric había hecho su trabajo como pocos sabían hacerlo, eficiente y en silencio, desapareciendo después como la luz de una vela consumida.

Levantando el espadón por encima de su cabeza y aprovechando la confusión del adversario, Cobalt descargó toda su furia sobre el enemigo, toda su sed de venganza, todo su resentimiento, hundiendo el arma en la coraza, rasgando la carne del hombro y rompiendo los huesos de la clavícula, haciendo que su rival se desplomara en el suelo, jadeando casi moribundo.

El guerrero, desde el suelo, en un intento desesperado por salvarse y haciendo acopio de la poca fuerza que le quedaba, acometió con su lanza en un desesperado ataque directo a la cara de Cobalt.

 ***

Los ruidos de luchas esporádicas crecían en la noche como setas tras la lluvia, más focos de luz daban caza a los restos del ejército en retirada, Mestizo, desde lo alto de un gran roble caído, observaba cómo sus compañeros corrían desesperados, agudizó sus sentidos de semielfo, tenso su arco y una flecha voló en la oscuridad hasta clavarse con un ruido seco en el cuello de uno de sus perseguidores. Había pasado a pocos centímetros de la cabeza de una elfa que se batía en retirada.

-Um Edhel (maldito elfo), Casi me dás – le increpó Dae Mara. 

La elfa entonó un cántico religioso con la intención de despistar a un grupo lejano de enemigos, una tenue luz empezó a emanar de sus manos, pero los nervios y el cansancio le pasaron factura y el hechizo se desvaneció en un hilillo de humo. 

-¡Mwalime!, Lau Val-Quen (Maldición, no lo puedo creer), he fallado, no me quedan fuerzas – se reprochó.

Mestizo volvió a otear la neblinosa noche, el bosque era su medio natural, incluso en esa peligrosa y caótica situación, en ningún otro sitio podía haberse sentido más cómodo, lo veía todo, lo oía todo, a su pesar lo olía todo también.  

-Creo que veo otro grupo de los nuestros hacía el oeste, quizás necesiten ayuda.

-Guíame, Boe ammen veriad lîn (Necesitan nuestra protección) – respondió la elfa – o al menos que hagamos bulto - pensó para si misma.

Llegaron a un claro con matorrales bajos iluminado por las antorchas enemigas y se encontraron tres compañeros de batallón enzarzados en un desigual combate, superados en número por un par de eslabones, dos soldados regulares y un clérigo, que poco a poco dominaban y ganaban terreno a sus camaradas.

En ese instante, uno de los reclutas atacaba a un muchacho vestido con una túnica y armado con lo que parecía un... no podía ser, ¿un libro?. La espada del férreo desgarró parte de la manga y una salpicadura de sangre se derramo en el suelo, la cara del joven se desfiguró en una mueca de dolor y fue reemplazada por una más terrorífica, una cara demoníaca, rojiza y arrugada, con dos prominentes cuernos que brotaban de la sien. 

Hokum recuperó su forma original en cuanto el metal entró en contacto con su cuerpo, un tiflin adulto, no quedaban muchos, otra de las pobres criaturas mágicas perseguidas por la iglesia del Hierro, un ser repudiado y discriminado al que Dorian y los suyos trataban de proteger. 

La sorpresa inundó el campo de batalla en ambos bandos.

El clérigo gritó,- Por nuestro dios, por el hierro, acabad con esa cosa- 

Sorpresa que uno de los enfurecidos y envalentonados férreos aprovechó, hiriendo de un tajo a Ghael en el muslo. -Nos están moliendo a palos – pensó el anciano-, se estaban quedando sin fuerzas y daba igual lo duro que contraatacaran si no podían deshacerse de aquel sacerdote que desde la retaguardia protegía y animaba con sus ensalmos a los soldados enemigos. Y en ese momento los dioses debieron escuchar el lamento del guerrero, pues la parca había movido sus hilos y uno de sus hijos se acercaba con el mayor de los sigilos al clérigo. 

Mientras este recitaba una de sus oraciones, una que nunca llegó a terminar, la punta de la espada de Edric tintada de rojo carmesí emergió de su pecho. Con una patada, una mueca de desprecio y un único y fluido movimiento, Edric liberó su arma, apartó a su enemigo que cayó fulminado y volvió a desaparecer en la oscuridad como un fantasma. 

Cuando los férreos se giraron al escuchar el cuerpo de su líder caer inerte al suelo, solo las hojas de los arbustos mecidas por el viento danzaban en la noche, las tornas habían cambiado, ya nadie les cubría las espaldas. 

Dorian, con energías renovadas al ver que los refuerzos habían llegado, aferró su martillo con fuerza y en una poderosa oscilación, descargó su ira contra uno de los soldados, la coraza adornada con bandas negras no pudo soportar el impacto, combándose con un sonido horripilante y lanzando a su portador por los aires. El hombre estaba muerto antes de caer al suelo. 

Las flechas de Mestizo silbaban y cortaban el aire, las espadas de Ghael en un torbellino de acero, chocaban contra las de sus enemigos, Edric aparecía y desaparecía como un espectro en el momento adecuado para asestar un golpe mortal, los hechizos cargaban el aire de energía chispeante, los huesos se rompían, la carne se rasgaba, el suelo se teñía rápidamente de sangre, los enemigos…, los enemigos agonizaban y se reunían con su creador. 

 ***

El sonido de metal chirriando contra el metal estremeció el bosque, Cobalt atrapó con la mano la lanza de su enemigo que se dirigía certera a su ojo y con un rápido movimiento de su brazo, la partió por la mitad, arrojó los restos del arma, escupió a su enemigo y con un poderoso pisotón le hundió la cara en el suelo. -¡Bastardo! – bramó.

Nunca hay que subestimar a un enemigo hasta que deja de respirar, pues el eslabón, llevado por el pánico, aún atinó a clavar el asta partida de la lanza en el muslo de Cobalt que se apartó molesto, las represalias no se hicieron esperar y atacó con su espadón una y otra vez mientras su enemigo intentaba ponerse en pie, el inservible trozo de madera con el que se defendía se hacía astillas en sus manos, le siguieron la armadura, la carne y los huesos, desde luego estos soldados eran superiores a los reclutas normales, eran duros e implacables incluso cuando se encontraban a las puertas del infierno. 

Pero el eslabón del ejército del hierro no tenía nada que hacer, estaba condenado, jadeando y medio desangrado miró a su enemigo, el semblante de aquella mole de dos metros no arrojaba emoción ninguna, sus ojos vacíos de sentimientos le presagiaban su destino, la nada. 

-Voy a acabar con cada uno de vosotros por lo que me robasteis- sentenció Cobalt. Con un movimiento rápido como el rayo, seguro y firme del espadón, decapitó al soldado, haciendo que las hojas de los árboles cercanos lloraran sangre. Agarró el yelmo de marcas negras con la cabeza de su dueño aún dentro y se encaminó en busca de su compañero, hacía los ruidos de lucha y los gritos de agonía, aún quedaban muchos malnacidos por matar. 

Cuando llegó al claro, asintió con satisfacción y observó como Dorian despachaba a un adversario como el que aparta una molesta mosca, un tiflin demoníaco con una sonrisa maléfica lanzaba una explosión arcana. Un soldado atestado de flechas se desplomaba y Edric fintaba y esquivaba despreocupado una enorme espada de dos manos que fue a clavarse en el suelo. Lanzó la cabeza que portaba contra sus enemigos y se dispuso a unirse al combate. 

En aquel momento el cielo ardió, todos se taparon los oídos cuando un rugido, seguido de una gran bola de fuego atravesó el claro y explotó contra un peñasco cercano. La deflagración los dejó ciegos y aturdidos, la metralla de la bala de cañón hirió a Hokum, pero la peor parte se la llevaron los férreos, atacados por sus propios aliados. 

Recuperando los sentidos poco a poco, se dieron cuenta de que era un suicidio quedarse parados esperando una segunda descarga de aquella arma brutal y a la orden de Dorian, huyeron en la noche por un terreno oscuro y peligroso. Heridos, cansados, maltrechos, sin detenerse y sin mirar atrás, reunieron las fuerzas que les quedaban para llegar con el resto de fugitivos que se habían adelantado intentando alcanzar tan ansiada seguridad.

 ***

Las horas pasaron y el grupo avanzaba de forma penosa por un sendero.

Hace frío, ¿lo notáis? – Mestizo avisó a los demás de que algo no iba bien.

Según avanzaron por el bosque, un viento helado empezó a meterse en sus huesos, finos y débiles copos de nieve cayeron de un cielo sin nubes.

Dae Mara extendiendo la mano, atrapando un copo al vuelo y estremeciéndose dijo- Es imposible, ëa Lairë (es verano) ¿cómo puede estar nevando?

Todos cruzaron sus miradas nerviosas y siguieron avanzando, con lo que venía detrás persiguiéndoles, unos copos de nieve eran el menor de sus problemas. 

Continuaron con pasos cansados hasta que se toparon con un enorme muro de piedra forrado de escarcha y líquenes, aquella cosa tendría al menos 20 metros de altura, no salía en ninguno de los mapas que pudieran recordar y desde luego no había sido construido por ningún humano. Estaban perdidos. Alguien murmuró – Titanes.

Dorian se giró hacia sus acompañantes y llamó a Mestizo. – Elfo, ve con el muchacho de las espadas cortas y sigue bordeando el muro hacia el Este. Ghael, acompáñame hacia el Oeste, necesitamos encontrar una manera de traspasar el muro y ponernos a salvo. 

Hokum, la elfa y … el grandote, el metálico, quedaros aquí y esperar a que volvamos en dos ciclos de reloj. Si no hemos vuelto, vais a buscarnos. 

El tiflin se acercó a Dorian sacándose pequeños trozos de metralla del brazo, haciendo el esfuerzo de recuperar su forma humana y dijo.- Mi señor, quizás pueda hacer un pequeño ritual para averiguar porque nieva en verano y donde – sonrió al decirlo – demonios estamos. 

-Estupendo, hazlo, pero date prisa.

Los dos grupos partieron en direcciones opuestas, mientras Hokum se afanaba en dibujar un círculo mágico en el suelo, miraba de soslayo a aquel guerrero alto y extraño que le producía una sensación incómoda, la elfa también lo miraba con recelo, como si su mera presencia la oprimiera los huesos. El ritual continuó con normalidad, pero no llegaron a ninguna conclusión, pasaba algo raro con la magia pero no sabían el qué, era cómo gritar en una cueva y esperar un eco que nunca llega. 

Momentos después Mestizo y el pícaro regresaron con noticias, habían encontrado una puerta, pero advirtieron que no se iban a creer lo que habían visto. Con todo el grupo reunido se dirigieron al Este hasta que se encontraron con algo que les dejó boquiabiertos. Frente a ellos dos estatuas ruinosas de piedra tallada de quince metros guardaban una puertas por las que cabía perfectamente una casa, una muy grande. 

Repararon en la cabeza cubierta de musgo de una de las estatuas acompañada de otros pedazos de piedra esparcidos por el suelo, aún semienterrada en la tierra era tan alta como Cobalt. Alguien murmuró de nuevo – Titanes.  

Volvieron a cruzar miradas confusas, pero no les quedaba otra, era cruzar las puertas hacia lo desconocido o esperar a que los perros de guerra dieran con ellos y morir en épico combate a manos de sus enemigos. La elección estaba clara.

Al pasar al otro lado y alcanzar una curva en el camino, pudieron vislumbrar un valle cerrado, partido a la mitad por un río pedregoso, al fondo, las montañas cenicientas cubiertas de bruma formaban un muro infranqueable, un enorme castillo de piedra brotaba como un puñado de colmillos en mitad de una de las laderas con sus picudas torres amenazantes como lanzas y a los pies del castillo, más abajo cerca del río, rodeado de campos de cultivo, un diminuto pueblo con tenues luces y humeantes chimeneas. 

Bueeeeno – dijo Edric – es muy de noche, hace mucho frío, huele a podredumbre y descomposición y la nieve se acumula ya un buen palmo, podría acercarme en silencio al pueblo a buscar refugio o podemos quedarnos aquí a morir todos congelados. Seríamos unas estatuas de hielo estupendas. 

Miraron a Dorian, eran veteranos de guerra, curtidos en batalla, un poco de nieve no les iba a matar, estaban acostumbrados a las malas condiciones del frente, pero el cansancio les pesaba y decidieron que un simple techo sería una bendición después de lo que habían pasado. Necesitaban un pequeño refugio en el que lamerse las heridas. 

-Ve. -dijo, pero Edric ya no estaba allí.

Siguieron lentamente por el camino embarrado mientras ligeros y dispersos copos de nieve les rodeaban, el pueblo se acercaba poco a poco, tendría a lo sumo, no más de trescientos habitantes.Todo era gris, las tierras de cultivo de las cercanías estaban mal labradas y moribundas, los olivos despojados de sus hojas parecían manos esqueléticas que emergían de la tierra. Las vides se extendían por el suelo como las venas secas de una vieja bruja. Grotescos espantapájaros rebosaban paja mohosa por sus ropajes hechos trizas, sus caras miraban amenazantes teñidas de estrías negras, los cuervos graznando, se mofaban de ellos posados en sus escuálidos brazos. 

Tras una rápida investigación, Edric volvió con noticias sobre la aldea. 

– Hay pocas luces en las calles, hay lo que parece un campanario al otro lado del pueblo, que está completamente desierto, no he visto ni un alma, aunque hay luces y fuegos en las casas, algunas tienen signos de batalla y están algo perjudicadas, la mayoría de contraventanas están cerradas, no está ruinoso, pero lo han pasado mal, no hay ni rastro de posada, taberna, hospedería, albergue o mesón. Aunque tampoco me he adentrado demasiado – chasqueo la lengua – Calma, hay absoluta calma, demasiada. No me gusta nada. -suspiró - Deberíamos buscar un granero o una cuadra fuera del pueblo porque no he conseguido averiguar si son amigos o enemigos. 

Dorian se encogió de hombros, no estaban en situación de librar otra pelea, las magulladuras y el cansancio habían hecho mella en los ánimos hacía ya muchos ciclos, se las arreglaron para encontrar un pajar a las afueras y forzar el candado sin hacer ruido. 

Aparejos de labranza cuarteados, desgastados y llenos de polvo colgaban de las paredes, unos sacos de grano vacíos y mohosos se apilaban en una de las esquinas, un montón de heno ceniciento y quebradizo se amontonaba en otra, las telarañas inundaban cada rincón. Dos viejos cuervos se quejaban en una de las vigas del techo por haber sido despertados y miraban rencorosos a los recién llegados.

Suficientemente bueno -pensaron- y en silencio se acomodaron de la mejor manera posible, acurrucados unos contra otros para soportar el frío. Se quedaron dormidos casi al instante, pero pronto empezaron a removerse inquietos, reviviendo en pesadillas el horror de la guerra que les hostigaba incluso en sus más profundos sueños. 

Solo Cobalt permanecía despierto haciendo guardia, impasible, imponente, apoyado en el marco de la puerta, oteando el valle y la gélida noche. Un destello metálico centelleó en sus ojos despojados de humanidad, haciendo caso omiso de los gemidos y quejidos de sus camaradas, la mayoría completos desconocidos, intentó recordar la última vez que había dormido, intentó, mientras se fundía con la oscuridad, recordar de nuevo aquello que le habían arrebatado.