Drama en el New York Times. Un reportaje sobre humoristas detecta que para la izquierda cada vez es más complicado hacer chistes que no tomen una clara e inequívoca toma de postura. La ironía, entretanto, ha ido a parar a los humoristas de derechas, solo ellos se la pueden permitir. Todo merced a un presidente que ha convertido cada aparición en algo que supera la ficción y a un público que es cada vez más intolerante con la diversidad de opiniones
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