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¡Malditos censores!
El problema fundamental de la inmensa mayoría que ejerció el oficio de censor era su nulo conocimiento de lo que juzgaban, y en otros casos la ínfima pasión que les provocaba el cine en sí mismo. Guillermo de Reyna era uno de los que soportaban con pesadumbre su labor, y decía lo siguiente de "El último refugio" de Raoul Walsh: "Pistolero numantino, con amor y perrito, pero poco apto para la lucha al aire libre. La cinta pesadita y sin gran interés."
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