Venecia no quiere morir de éxito. La capital del Véneto, probablemente uno de los destinos más populares ya no de Europa, sino del mundo, lleva tiempo buscando la forma de controlar su enorme afluencia de viajeros y hacer que su lucrativo modelo turístico sea compatible con los escasos vecinos que todavía residen allí. Hace dos años ya expulsó a los cruceros de su casco histórico y, con la resaca aún reciente de la pandemia, sus autoridades plantearon un sistema de rastrear de movimientos y reservas. Ahora ha decidido ir un paso más allá: poner
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