«¡Vamos a cuidarlo, que este, me parece, es distinto a todos!». Era lo que decían en el barrio cuando aquel pequeño llamado Diego Armando Maradona recibía una entrada más fuerte de lo decente. Por entonces, al contrario de lo que sucedería durante su carrera internacional, aún se lo protegía de las faltas. No eran más que partiditos entre chiquillos, pero la intuición les decía a todos, los que jugaban y los que miraban, niños o adultos, que Dieguito era un patrimonio que conservar.
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