Sí, sí, las señoras. Esas mujeres que se han pasado gran parte de su existencia pariendo y criando; fregando y alimentando. En definitiva, cuidando. Exprimiendo las horas y los recursos para llegar a todo, para tapar todas las grietas. Quedándose siempre con el huevo frito más feo de la comida. Y haciéndolo, además, en silencio, sin esperar nada a cambio, porque tenían grabado a fuego que era el papel que les había tocado asumir
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