Aquella por la que le tocó caminar al fraile capuchino Gumersindo de Estella, encargado de dar la extremaunción a los reos de la cárcel de Torrero -"mis queridos reos"-, que se resistían, con respiración entrecortada, a sucumbir a la muerte a la que les habían condenado segundos antes los disparos franquistas. El peor de los tragos para un religioso que confesaba que necesitaba ser de hierro para no llorar, que no se cansaba de repetir que "la violencia no es cristiana", y que logró deshacerse del retrato del dictador exhibido en capilla.