Sabemos desde hace mucho tiempo que la corrupción es parte estructural de nuestra vida democrática, del funcionamiento “normal” de nuestras instituciones: desde la Jefatura del Estado hasta buena parte de las administraciones públicas, pasando por decenas de ayuntamientos y varias comunidades autónomas judicialmente ya implicadas. En el centro, la conexión del poder económico con el poder político, mejor dicho, la “captura” de la llamada clase política por la oligarquía financiera, inmobiliaria y mediática. Ese es el verdadero problema...