Eran las 8:45 del 18 de mayo de 1927, cuando un gran estruendo se oyó a las afueras de la pequeña ciudad de Bath, en Michigan. La granja de Andrew Kehoe estaba envuelta en llamas. Había pasado exactamente una hora cuando se volvió a oír otra explosión, esta vez, en la escuela de la ciudad. Media hora más tarde, la tercera. Andrew y su camioneta habían saltado por los aires sembrando la escena de metralla y aún más muerte. Todos coincidían que Andrew era un tipo raro, pero nadie podía imaginar que pudiera hacer una cosa semejante.