Perder nada más ni nada menos que la identidad de nuestra civilización, de nuestra patria, de nuestra forma de ser y sentir, de nuestra identidad más propia, más personal. Esa identidad intransferible que para existir necesita la arraigada presencia de las identidades colectivas, de igual modo que para respirar es indispensable el aire. Tal vez acabemos siendo sustituidos, y dentro de no demasiadas décadas Europa haya dejado de ser Europa.