En las últimas décadas toda una serie de tendencias tecnológicas, económicas y políticas han ido minando las funciones y utilidades tradicionales del estado. La revolución de las comunicaciones, desde el automóvil al avión de pasajeros pasando por Internet o la televisión, ha hecho el mundo mucho más pequeño y mucho menos desconocido y desigual. La gran integración económica entre regiones dispersas del globo ha hecho (muy) rentable establecer empresas que no están atadas a estados, sino dispersas por todo el planeta.