El responsable de una de las meteduras de pata más graves de la diplomacia española en bastante tiempo tiene nombre, apellido compuesto y sangre azul. Se llama Iñigo Méndez de Vigo y Montojo. Es barón de Claret, hijo de la condesa de Areny y descendiente directo del marqués de Cubas, de la reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, del duque de Riánsares y del marques de Esquilache (el del motín). Uno de sus amigos, el periodista Ramón Pérez-Maura, lo presenta como un “europeísta de referencia”, un “apasionado del turf con caballos propios”.