Para Pérez Reverte, las mujeres de aquel tiempo “eran señoras”. Las de ahora, no. Con tan lúcidos pensamientos en sus preclaras mentes, continúan paseando hacia la Plaza Mayor. Y es cuando “el radar de Javier” divisa “por la proa un ejemplo rotundo de cuanto hemos dicho”: “se nos cruza una rubia de buena cara y mejor figura, vestida de negro y con zapatos de tacón, que camina arqueando las piernas, toc, toc, con tan poca gracia que es como para, piadosamente --¿acaso no se mata a los caballos?— abatirla de un escopetazo”.