“[…] Vi a un hombre aún joven, de alta talla y elegante. Llevaba un uniforme azul de París, sin bocamangas, ni solapas, ni charreteras; una magnífica cimitarra prendida a la manera de los orientales colgaba a su, costado suspendida por un cordón de seda verde. Los trazos de su rostro eran regulares, el conjunto de su figura estaba bien, aunque un poco severa. Sus bellos bigotes negros, sus grandes ojos vivos y penetrantes, daban a su fisionomía y a su mirada una expresión particular. Sus cabellos eran negros y espesos...