Imagínate que un día, de repente y sin venir a cuento, empiezas a encontrarte mal. Al principio es un malestar leve, pero lo suficiente como para preocuparte. Los días posteriores sigues igual, el malestar no remite y te pones peor hasta que, finalmente, te encuentras tumbado en una cama de hospital con el médico diciéndote que tienen que provocarte un coma en el que estarás de manera indefinida, pues es la única opción que tienes de sobrevivir.
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