No parece que hubieran llevado semanas exigiéndolo como condición imprescindible para negociar la investidura de Susana Díaz. Ni parece tampoco que el asunto hubiera acaparado múltiples portadas de los medios locales y nacionales durante todo ese tiempo. Ni, por supuesto, que haya sido una de las decisiones más dolorosas y traumáticas en el seno del Partido Socialista en las últimas dos décadas.
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