Hay una enfermedad que ha encontrado en el fútbol un vehículo perfecto para mostrar su cara más repulsiva. Es un parásito que al mismo tiempo se nutre de él y lo infecta sin que nadie acierte a extirparlo, bien sea por negligencia o simplemente por connivencia. El foco principal está en Italia, donde ha anidado con fuerza, pero en ocasiones muestra ramificaciones en otros lugares. Se llama racismo. Y en las últimas semanas está demostrando que su erradicación de los estadios no parece cercana.
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