Desde muy joven y durante toda su vida, Cristino García Granda fue un combatiente y así murió. Era lo que sabía hacer, quizá su naturaleza. Lo que no pudo imaginar es que, después de arriesgarlo todo por echar a los invasores alemanes de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, sería precisamente el que fuera (oficialmente) su jefe durante la contienda, Charles de Gaulle, quien le daría más tarde la espalda y permitiría que fuera asesinado.
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